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Por: Ángel Ruiz-Bazán
Hablar de Fidel Castro es adentrarse en una de las personalidades políticas e ideológicas más grandes de nuestra reciente historia, del siglo XX y comienzos del XXI. Más que un gobernante, fue un constructor de sentido histórico, un líder que entendió el poder no solo como ejercicio de mando, sino como pedagogía política, como relato y como voluntad organizada frente a un orden mundial que consideraba injusto.
Fidel no puede ser reducido a consignas ni a etiquetas simples. Fue, ante todo, un hombre de ideas, convencido de que la historia no avanza por inercia, sino por la acción consciente de quienes se atreven a desafiarla.
La dignidad como principio rector
Una de las enseñanzas centrales de Fidel Castro fue la dignidad nacional. Para él, la soberanía no era un concepto abstracto, sino una condición moral: un pueblo que no decide su destino está condenado a la dependencia. Desde esa lógica, su proyecto político se construyó como una afirmación radical de independencia frente a los centros de poder económico y geopolítico.
Fidel enseñó que la dignidad no se negocia, aun cuando el costo sea alto. Esa convicción marcó la política exterior cubana, su resistencia frente al bloqueo y su discurso constante contra el imperialismo. Más allá de las valoraciones sobre los resultados, la lección permanece: la política sin dignidad se convierte en mera administración de intereses ajenos.
La educación como arma de transformación
Otro de los pilares de su pensamiento fue la educación como herramienta de emancipación. Fidel comprendió tempranamente que la ignorancia es una forma de dominación. Por ello, la alfabetización masiva, el acceso universal al conocimiento y la formación científica ocuparon un lugar central en su proyecto revolucionario.
Su enseñanza aquí es clara y vigente: no hay verdadera justicia social sin igualdad en el acceso al saber. En un mundo donde el conocimiento se convierte cada vez más en mercancía, esta idea sigue interpelando a las sociedades contemporáneas.
El internacionalismo como ética política
Fidel promovió una visión del internacionalismo basada en la solidaridad entre los pueblos, no como caridad, sino como deber histórico. La presencia cubana en procesos de descolonización, en misiones médicas y en apoyos educativos respondió a una idea profundamente martiana: “Patria es humanidad”.
Esta enseñanza trasciende el contexto cubano. Fidel sostuvo que la justicia no puede ser local, que la libertad de un pueblo está ligada a la libertad de otros. En tiempos de nacionalismos excluyentes, este principio adquiere una resonancia especial.
El poder de la palabra y la conciencia histórica
Fidel fue también un orador-formador, un político que utilizó la palabra como instrumento de conciencia. Sus largos discursos no eran simples actos retóricos; buscaban explicar, convencer, educar políticamente a la población. Creía en un pueblo informado, capaz de entender los procesos históricos y asumir sacrificios con sentido.
Aquí radica una de sus enseñanzas más profundas: sin conciencia histórica no hay proyecto colectivo duradero. La política, para Fidel, debía dialogar constantemente con la memoria y con el futuro.
Su mayor enseñanza quizás sea esta: la historia no la escriben los neutrales, sino quienes se comprometen, aciertan, se equivocan y dejan huellas profundas en su tiempo.
Conclusión
Fidel Castro fue, por encima de todo, un hombre convencido de que las ideas pueden mover a los pueblos. Sus ideales —dignidad, soberanía, educación, solidaridad y conciencia histórica— siguen siendo materia de análisis y discusión en el mundo contemporáneo.
Entender a Fidel no implica idealizarlo ni condenarlo sin matices, sino asumir el desafío intelectual de comprender cómo un individuo, armado de ideas y voluntad, logró inscribirse de manera indeleble en la historia universal.
Nota:“ La Prensa Tras La Verdad. Se reserva el derecho a publica trabajos de Opinión u otras categorías, con errores de sintaxis /redacción. Como también no somos responsables de los conceptos emitidos por su autor”
